Autor: Antoine de Saint Exupery.
Serie: El Mundo de los Libros.
Volumen 24.
Análisis Literario.
“Antoine de Saint Exupery (1900-1944) escribió El Principito en 1941 cuando se encontraba refugiado en los EUA huyendo de los horrores desatados por el enfrentamiento bélico en Europa, y por eso, se comprende bien el estado de ánimo que le embargaba y el recado urgente que deseaba trasmitir: la exaltación del sentimiento de solidaridad humana en aras de un mundo pacífico y fraterno.
La narración posee un sutil contenido autobiográfico puesto que el propio autor está plenamente identificado con uno de los personajes principales, un piloto cuyo avión ha sufrido una avería y ha debido aterrizar de emergencia en el desierto del Sahara. El otro protagonista es el pequeño príncipe, un hombrecito que llega a la Tierra desde su diminuto planeta, en donde es dueño, entre otras cosas singulares, de una flor y tres volcanes. Ha salido de su mundo tomado de los extremos de un haz de hilos de los cuales tira una bandada de pájaros silvestres. Antes de llegar a nuestro planeta ha visitado otros pequeños mundos en los cuales reinan otros príncipes: un Rey sin súbditos que quiere gobernar hasta los astros; un Vanidoso que sólo desea que se le admire; un Bebedor que se embriaga para olvidar su vicio; un Mercader que todo lo quiere atesorar; un Farolero, frustrado por su trabajo rutinario y un Geógrafo cuyo conocimiento es apenas teórico y no proviene de un contacto real con la naturaleza. Es su manera de criticar el estilo de vida del hombre moderno que, impresionado por los avances científicos y técnicos, se rodea de artefactos inútiles y vive sin paz ni alegría en su interior.
Los diálogos entre el piloto y el niño, traducen, mediante un lenguaje tierno y encantador, el encuentro de un adulto con el ser de su propia infancia, hasta comprender que “lo esencial es invisible a los ojos”, es decir, hasta tomar conciencia del sentido espiritual y trascendente de la vida.”
Jon Aizpúrua.
La narración posee un sutil contenido autobiográfico puesto que el propio autor está plenamente identificado con uno de los personajes principales, un piloto cuyo avión ha sufrido una avería y ha debido aterrizar de emergencia en el desierto del Sahara. El otro protagonista es el pequeño príncipe, un hombrecito que llega a la Tierra desde su diminuto planeta, en donde es dueño, entre otras cosas singulares, de una flor y tres volcanes. Ha salido de su mundo tomado de los extremos de un haz de hilos de los cuales tira una bandada de pájaros silvestres. Antes de llegar a nuestro planeta ha visitado otros pequeños mundos en los cuales reinan otros príncipes: un Rey sin súbditos que quiere gobernar hasta los astros; un Vanidoso que sólo desea que se le admire; un Bebedor que se embriaga para olvidar su vicio; un Mercader que todo lo quiere atesorar; un Farolero, frustrado por su trabajo rutinario y un Geógrafo cuyo conocimiento es apenas teórico y no proviene de un contacto real con la naturaleza. Es su manera de criticar el estilo de vida del hombre moderno que, impresionado por los avances científicos y técnicos, se rodea de artefactos inútiles y vive sin paz ni alegría en su interior.
Los diálogos entre el piloto y el niño, traducen, mediante un lenguaje tierno y encantador, el encuentro de un adulto con el ser de su propia infancia, hasta comprender que “lo esencial es invisible a los ojos”, es decir, hasta tomar conciencia del sentido espiritual y trascendente de la vida.”
Jon Aizpúrua.
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